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domingo, 8 de julio de 2012

Lima, Cajamarca y Conga

¿Quién puede decir si el pasado miércoles 4 de julio de este año, pudo ver por la televisión nacional en horas de la noche algo diferente a Magaly Medina, programas futboleros u otra cosa parecida?
El miércoles 4 de julio en la céntrica plaza San Martín de Lima se realizó una manifestación en protesta por la política seguida en Conga, en apoyo de nuestros compatriotas cajamarquinos y una lucha que no es "su" lucha, sino la lucha de todos, seamos cajamarquinos o no.
Los bustos parlantes, los periodistas monocordes, la prensa con alma de guano, siempre ha minimizado y condenado toda reforma social que cambie el estado de cosas a las que se nos pretende acostumbrar desde siempre, y a los que pensamos diferente se nos estigmatiza, por eso el nulo interés y completa desinformación de nuestra  prensa de estiércol de los temas importantes o el soslayo de protestas como  la de la Plaza San Martín. Como es costumbre en la hez del periodismo asalariado, se dirá que solo fueron algunos pocos revoltosos de izquierda. Falso. En primer lugar no se puede "izquierdisar" una protesta popular pues la izquierda política de nuestro país se halla bastante desacreditada por sus propios errores y es incapaz por sí misma de congregar multitudes. Lo que se vio esa noche fue una concurrencia de jóvenes y adultos de variada índole ejercer el derecho fundamental de un pueblo: la protesta. Entre jóvenes  de universidades como la universidad La Católica e integrantes del Foro Alternativo Mundial del Agua y el Foro Constitucionalista, se procedió esa noche a gritar, a decir en voz alta lo que se piensa, al cabo el ideal es justo, lejos de las marrullerías, del cuchicheo de abuelas chismosas, del espíritu de guardadores de serrallo que tiene la mayor parte del periodismo televisivo y escrito. Y esa protesta popular recordó a los de siempre, a aquellos que gobiernan aun sin haber sido elegidos, el temor de un pueblo organizado, consiente de su voluntad, librepensador y valiente. Y ese temor los hizo reaccionar como siempre han reaccionado: llamaron a los perros que alquilan disfrasados de uniforme policial a reprimir a los manifestantes utilizando sus gases lacrimógenos y sus varas. No utilizaron balas (todavía) porque estamos en Lima, y mayúsculo sería el escándalo si resultase algún herido o muerto por arma de fuego entre la gente. Ese recurso lo reservan para más adelante, pues basura precavida vale por dos basureros. A pesar de la represión el espíritu de la protesta se mantuvo pues la justicia de una causa centuplica las fuerzas y nos vuelve insolentes con el peligro. Similar actitud ha tenido Cajamarca, la que verdad sea dicha, ha dado ejemplo a mi querida y siempre acomodaticia Lima de cómo se actúa y defiende la justicia. Sin embargo allá si hubo balas. Y producto de ellas cinco muertos y demasiados heridos. Demasiado. Demasiado para hacer que peruanos alquilados y sin cerebro usufructuando el uniforme que la Patria les dio para nuestra defensa (hablo de la policía y el ejército), se ensañen contra el civil armado de piedras y palos y le disparen, como si fuera enemigo extranjero en guerra contra el Perú. Y no se diga que cumplían órdenes. Es fácil ampararse en tal frase cuando la verdad pura nos dice que un ser humano sin preparación ética ni  moral pero dotado de armas es una bestia salvaje no comparable ni  siquiera a las más feroces bestias de la jungla, puesto que estas matan para comer, mientras las primeras matan por gusto. Y no se me hable de lo contrario, pues a nuestra fuerza armada y policial se le ha dado la innoble misión de mastín guardián de los intereses particulares, y brutos e incultos como la mayor parte de sus integrantes son, asumen la tarea con la alegría del niño al que se le obsequia un juguete nuevo mezclado con la depravación del degenerado  autorizado a cometer cualquier  gatuperio. Y no se me diga que guardo inquina por los uniformados, pues llevo en mi sangre la sangre que vertieron mis abuelos en la defensa de Lima el 13 y 15 de enero de 1881 contra el invasor chileno, y llevo la sangre de mi familia que solo dos cosas ha sabido hacer por tradición: o profesores o militares, y no hablaré de mis razones particulares por las que amo el uniforme militar, o el uniforme de la Patria como también se dice. Pero es por ese amor que me rebela, que me hiere, que me lastima, que me arde como brasa ardiente sobre el pecho que se utilice al soldado y al policía para masacrar a los propios peruanos, cual lo sucedido en Cajamarca y en Espinar.
Y si la desvergüenza utilizara ropas, hubiera elegido el atuendo militar vestido por un pelotón de cachacos  de espada virgen y no victoriosos en  guerra alguna, quienes luego de realizar disparos se dedicaron a recoger los casquillos de sus propias municiones percutidas para no dejar huella de su infame intervención. ¡Que digan las imágenes si miento! En estas épocas de tecnología en las comunicaciones se hace difícil esconder la verdad a los que se empeñan en buscarla y la tarea, a los no conformes con la verdad oficial, se nos vuelve más fácil, más sencilla.
La minera Yanacocha promete reservorios a cambio de lagunas. ¡Pero no han sido capaces de llenar el reservorio de San José de Carachugo, un reservorio totalmente seco, sin gota de agua! y   la denuncia de esta yanacochina mentira le costó al denunciante, el señor Rimarachín, ser separado de la bancada oficialista. ¡Como si la lealtad a una bancada política estuviera por encima de la lealtad que se le debe  a la Patria!
Que el inquilino del Palacio de Pizarro es un rematado imbécil, no cabe duda; que a  los que no fueron elegidos, pero gobiernan, no les tiembla la mano para reprimir aunque haya muertos, no cabe duda; estamos avisados. Los tiempos se avecinan turbios pero no nos vamos a acobardar. La verdad sea dicha y sin temor de herir falsas susceptibilidades ni pisar inventados cayos.
"Porque la "Inclusión Social", cuando se hace con represión y cuando se hace violentando derechos para defender los intereses de unos pocos, son migajas" (Esteban, estudiante de la PUCP)

Lima, 08 de julio 2012.

Ricardo del Castillo y Larraondo.

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